De su mano me llevaba,
Mi cintura… atrapada, rodeada,
Me llevaba…
Una y otra vez… otra vuelta… y otra…
Miraba a mí alrededor:
Sonrisas, miedos, ilusiones, tristezas, anhelos,
Alegrías, emociones dispersas.
Repartidas en distintas “cajas”.
No me soltaba, ¡no quería soltarme!
Danzaba encima del mar, de las piedras, del camino y su yerba,
De la luna y las estrellas, de los sueños y sus miedos,
Me envolvían colores… azules añiles, carmín de garanza,
Amarillo níspero, púrpura, verdes esmeralda,
Ocres, escarlata, blancos y negros,
¡Jugaban y danzaban sin parar!
En cada voltereta sentía un olor,
A café recién molido,
El de la yerba recién cortada,
A bebé recién nacido,
A la vejez llegada,
A romero y albahaca,
A tardes leyendo en el umbral de la puerta,
A viñedos y lluvia recién caída,
A muerte y desesperanza.
Seguía danzando…
Cabriolas dispares, suaves como la piel de un niño,
Fuertes como esa mirada odiada,
Delicadas como un beso.
Escuchaba lamentos, carcajadas, gritos y silencios,
Susurros oscuros, de secretos al viento.
Y danzaba… y otra cabriola… y no me soltaba… y no quería soltarme.
Y sigo agarrada… me lleva de su mano, me abraza la cintura… no quiero soltarme,
Es él… es mi tiempo quien me agarra, es la vida, la que bailo.